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JESUCRISTO ES EL SEÑOR

¿Alguien creó, y cómo creó los cielos y la tierra? En el presente se libra una batalla entre evolucionistas y creacionistas. De aquellos, muchos parten de la teoría del big bang, o “la gran explosión”, de la que dicen proceden los cielos y la tierra después de un largo proceso evolutivo. Pero, ante esto, es deber interrogarse: ¿Quién creó aquella masa explosionada, de dónde vino, quién dispuso espacios celestes idóneos para ella, y cuidó todo para que saliera vida tan singular, tan compleja y tan variada? ¿Quién ordenó el Universo, lo sustenta, y lo mantiene en equilibrio?

Los creacionistas, en cambio, creemos la voz tan solemne como sencilla con la que Dios el Espíritu Santo en su infinita Majestad comienza su Palabra afirmando: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…”, Gn. 1:1, y ante esa manifestación de gloria y poder del Ser Supremo “nos rendimos ante evidencias que su Creación despliega”, (Sal. 19:1), y podemos levantar cantos de alabanza al Trono Excelso de la Majestad Divina: “Grandes y estupendas son tus obras, Señor Dios todopoderoso”, Ap. 15:3.

Los creyentes creemos, pero no ciegamente, porque el Creacionismo argumenta con muy serio fundamento. Dios también “afirma haber creado en un despliegue de su poder y su saber infinitos”, siendo el hombre quien discrepa si Dios creó en 6 días de 24 horas, o en 6 largas edades.  (En España hoy no se enseña Creacionismo)

Nadie puede pasar un vídeo haciendo visible la “gran explosión”; ni pasar otro haciendo visible la Creación, pues Dios quiere que sea la fe en Él, apoyada en evidencias, la que le honre, dando honor a su Palabra, y a Él como su Autor. También, muchas de las meras “teorías evolutivas”, en su día afirmadas como probadas por la ciencia, fueron renovadas en parcheos por carecer de ciencia y cantar alto error. 

EVOLUCIÓN-CREACIÓN. Si por evolución entendemos cambio, lo hay partiendo de una previa creación. Pero más que evolución torna a degeneración, porque “Dios todo lo hizo hermoso en su tiempo”, Ec. 3:11, y el pecado del hombre es la causa del deterioro en los daños que nos causamos unos a otros, y a la Naturaleza.

Aún científicos muy incrédulos a Cristo se asombran al ver las muy variadas cosas creadas y su complejísimo funcionamiento, con el que los renacuajos, los monos y otras jerarquías afines no tuvieron arte ni parte, ni con la creación del hombre ni con nuestra gran maldad. Esto evoca una canción: “Dicen que nadie nos pudo crear; --  Que fue accidente, fuerzas sin mente,  --  Mero azar”.

En la Creación se evidencia un Diseñador y Sustentador de suprema inteligencia y muy capaz. También Él controla su Obra, y no podemos desechar su amor en evasiva de responsabilidad diciendo que nuestros abuelos jugaban en los árboles y “descendían de ellos”, cuando mucho más requerimiento de fe se necesita para creer una de las mil especulaciones humanas antes que el sencillo texto: “En el principio creó Dios…”, y que seguidamente alumbró las tinieblas de esta creación –que agregó a la anterior-  y la acabó creando al hombre, en un acto de su amor creador.

LA VOZ DE CRISTO. Cristo certifica su Creación, diciendo: “¿No habéis leído que en el principio varón y hembra los creó?, Mt. 19:4. ¿O es, acaso, que a Cristo, siendo quien es, y habiendo manifestado públicamente su saber y su poder, tampoco le concedemos credenciales? Dios no obliga a la fe en Él; pero la fe es posible, y es segura.

Sorprende que el hombre, creado “a la imagen de Dios” (impresa en su frente), y “a la semejanza divina” (grabada en su alma) siendo el único ser de esta Creación terrenal llamado por el Creador a pensar y andar en las cosas eternas para conocerle y transitar en sus sendas, se niega a reconocerlo, le niega sus derechos soberanos, y rehúsa caminar en armonía con Él.

EVIDENCIAS. Si las catedrales, con toda su obra artística y ornamental externa e interna, no han surgido de explosiones provocadas por unos mineros, mucho menos la muy vasta, complejísima y más que asombrosa Creación de Dios procede de un caótico big bang, que sólo podría crear más caos.

Muchos de los antiguos, “al ver la Creación” no reconocían al Creador, ni le daban gracias por permitirles vivir en ella. De ellos dice san Pablo: “No tienen excusa”, Ro. 1:20, porque si el reloj pregona al relojero que lo hizo, mucho más la Creación proclama al Creador, y esto aún en lo muy poquísimo de ella que hoy conocemos en su grandeza, belleza y complejidad, cuando “ni Salomón se vistió como un simple lirio del campo”, Mt. 6:29. 

Aún así, cuánta y cuán variada contravención se levanta en estas actualidades contra Dios y su Palabra, como advierte la pluma profética del Apóstol Pedro: “Estos ignoran voluntariamente que en el tiempo antiguo fueron hechos por la Palabra de Dios los cielos y la tierra…”, 2 P. 3:5.

Dios advierte mucho que en estos días que preceden a la Venida de Cristo habría muchos “burladores de su Palabra, e ignorantes voluntarios”. Como es lógico, ellos acarrean una grave responsabilidad moral y un juicio muy severo. Por tanto, moradores del polvo y del asfalto, ¿ignoraremos voluntariamente, y sospecharemos que somos “nietos de gorilas”?

INTERROGACIÓN DEL SER SUPREMO. Dios dijo a Job, en referencia a Eliú: “¿Quién es el que oscurece el Consejo (Consejo divino) con palabras sin sabiduría?”; y dijo a Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?”, Job. 38:2-4. Dios siguió exponiendo acerca de Su obra, e interrogó: “¿Es sabiduría contender con el Omnipotente? El que disputa con Dios responda a esto”, Job. 40:2. ¿Qué podría decir Job? Reaccionó con cordura: “He aquí que yo soy vil, ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca”, verso 4.

¡CUÁNTAS COMPLICACIONES INÚTILES! Algunos buscan inanemente cavilando “si fue primero el huevo o la gallina”. Pero, aún si ambos hubiesen sido a la par, faltaba el gallo para la fecundación. Dios creó parejas de animales, y las dotó de capacidad reproductora. Y también hoy, cuando tanto se habla de “ciencia”, el hombre moderno seguirá llorando sus miserias y “llevando sus muertos por el camino de Naín”, (cf Lc. 7:11-17)

CONCLUSIÓN. “Dios nos ha creado con conciencia de Eternidad”, (Ec. 3:11) Este sentido parece estar dormido en algunos, hasta que advierten algún serio peligro. Así, en tanto Dios nos permite cierto albedrío, nos “urge al arrepentimiento, a la conversión, y a la fe en su Hijo para ser salvos del pecado”. Sólo sometidos bajo estas condiciones de Dios “Él nos pasa de muerte a vida”, y nos permite servirle por amor, y bajo su amor. No creer al Señor es muy solemne, porque “el hombre va a su morada eterna”, Ec. 12:5, de modo que “he aquí, ahora, el día de salvación”, 2 Co. 6:2. Sí, aquí, y ahora “con Cristo, o contra Cristo”, (Mt. 12:30; Lc. 11:23) Pero nadie sueñe variar ni un ápice las obras ni los designios del Soberano.

Puede verse  Coordinadora Creacionista. Apdo. 2002  Sabadell  (Barcelona)

http://www.sedin.org/creacion.html

¿Es creación de Dios...?

Dios, con un diseño de inteligencia suprema, creó al hombre, varón y hembra, cuando le había preparado un lugar muy complejo e idóneo para que habitase en él. Lo hizo Virrey de su Creación terrenal, pero le impuso una prohibición, la cual después de un tiempo (no sabemos cuánto) en el albedrío humano fue quebrantada y, por tanto, también la advertencia decretada tenía que cumplirse: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”. Así, el mismo día en que la pareja pecó, murieron ambos.

Pues bien, si ambos murieron, ¿se acabó su historia? Pues no, porque siguieron viviendo muchos años. Siendo así, ¿qué es morir? Muerte, en su etimología, es “separación”. Así, como con Dios no se juega, el día que pecaron fueron muertos, “separados” de armonía con Dios. También quedaron sujetos a la muerte física, esto es: A la separación entre el cuerpo de carne y el espíritu; y sujetos a la muerte eterna, a la eterna separación de armonía con Dios y bajo su juicio si no se acogían al Plan Divino para salvarse de esa separación eterna, bajo condenación.

¿QUÉ ES EL PECADO? Pecado es cualquier pensamiento, palabra, deseo, obra u omisión contraria a la Ley de Dios en todos sus mandamientos, o que no llena sus demandas al compararse con ella. Su más excelente definición la da Juan Apóstol: “Pecado es trasgresión de la ley”, 1 Jn. 3:4. Pecar es no acertar dando en el blanco de la voluntad divina, que para hacerla hay que conocerla y desearla. Lo más nefasto es el pecado, pues de él proceden todos los males del pasado, del presente y del futuro de la Humanidad.

CONSECUENCIAS DE LA CAÍDA. Un solo y primer pecado reportó tan gran ruina al hombre. También hizo que “la tierra quedase maldita”, (Gn. 3:17), y "destinada a la desintegración por fuego, junto con estos primeros cielos que la envuelven”, 2 P. 3:7.

Cuando Adán y Eva pecaron, “sus ojos fueron abiertos, y conocieron que estaban desnudos”, de modo que hicieron delantales con hojas de higuera porque tuvieron conciencia de pecado. También recibieron la visita del Creador, y el cuadro que se describe es lamentable:

“¿Adán, dónde estás?”. Él respondió: “Te he oído, y temeroso me escondí, porque tuve miedo viéndome desnudo…”. Él culpó a Eva por haberle dado a comer el fruto prohibido. La mujer culpó a la serpiente (a Satanás); y, aunque trataron de evadir su responsabilidad, la maldición de Dios cayó sobre ellos: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos, y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará. Y al hombre le dijo: Por haber escuchado a tu mujer comiendo del árbol del que te prohibí comer… por ti será maldita la tierra, con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de la frente comerás el pan  hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás. Y lo arrojó Dios del jardín a labrar la tierra de la que había sido tomado”, Gn. 3.

Qué cuadro descrito, que hinche toda la miserable Historia de la Humanidad, cuyo horizonte ahora se ensombrece sobremanera por la terrible tormenta de “la Gran Tribulación” que tiene encima, que no advierte, y que no tardará en descargar tan gran nublado más y más “cardos y espinos” como plagas, devastación, ruina, hambrunas, guerra, devastación y muerte en los lugares del mundo por la desobediencia a Dios que hay en este planeta, chapatal de pecado y muerte. Bien dice san Pablo: “Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”, Ro. 5:12.

La desobediencia a Dios es muy grave, de modo que debemos tomar seria conciencia de pecado, y de la Eternidad que nos espera a todos, bien con Cristo como hijos redimidos y amados, o bajo juicio eterno. Pero, como en nosotros no podemos librarnos del pecado y su poder, conviene ir a Cristo para que nos sane.

SIN CONCIENCIA DE PECADO. La mayoría de las personas dan más importancia a la muerte física que a la espiritual y a la eterna. No han meditado ni valorado lo que es el pecado, ni el vivir sin armonía con Dios, ni lo que será ser sometido bajo lo que Cristo llama “el juicio eterno”, o "muerte eterna". En general, se vive en pecado y se ama y se practica mucho. Así, por tanto andar desnudos, no se alcanza a ver la desnudez. Pero si tomásemos mínima conciencia de lo que el pecado es para Dios, huiríamos horrorizados en ALAS de un serio arrepentimiento, en conversión a Cristo y absoluta confianza en Él como nuestro Salvador.

La Biblia advierte que estos años que preceden la Venida de Cristo serían de mucho pecado. Y como casi nadie “denuncia el pecado, ni se habla de arrepentimiento, de justicia divina ni de juicio eterno”, las gentes ven el pecado poco menos que como natural y propio para el diario vivir. Pero el último efecto del pecado es “juicio eterno”.

 

SOLUCIÓN DEL PROBLEMA. Cuando el hombre cayó en desobediencia a Dios, Él le prometió enviar un Salvador para librarlo -y a su prole- del pecado y de su poder nefasto. Después el Salvador cumplió la Expiación para librar por la Gracia a los pecadores que en arrepentimiento y conversión se amparasen en Él por fe, creyendo o confiando en Él.

El Señor Jesús es el Cordero de Dios que reflejaban aquellas túnicas de pieles con las que Dios vistió a Adán y a Eva, porque los delantales de hojas de higuera con que se vistieron ellos  -las hojas muertas de las religiones humanas-   no cubren de justicia a los pecadores. Para nuestra redención sólo han valido la sangre y la vida del Cordero de Dios. Sí, “palabra fiel, y digna de ser recibida por todos: Que Cristo Jesús vino al mundo PARA salvar a los pecadores”, 1 Ti. 1:15, y es sólo el Salvador quien nos levanta del pozo abismal de chapapote de pecado al que nos arrojó el Adán antiguo.

La Redención de Cristo no es un remiendo en el traje de la caída, sino un traje nuevo que brilla esplendente con bendiciones infinitamente más grandiosas y gloriosas que las del hombre en Edén. Cristo, pues, ofrece por Gracia mayores bienes que los que Adán perdió. Aún así, como Dios dice: “El necio se burla del pecado”, Pr.14:9, pero afirma que en Cristo hay liberación del mismo. De modo que quienes se mofan, evocan a Moisés en su expresión: “Son gente sin consejo (consejo bíblico), no tienen conocimiento (de estos asuntos). Si fueran sabios (en esta materia) comprenderían y atenderían a lo que les espera”, Dt. 32:28-29.

Cristo rompe las cadenas del pecado y de su esclavitud. Por eso es una pena morir desoyendo a Dios, que afirma que “en Adán todos mueren, pero en Cristo son vivificados todos cuantos en Él confían”, 1 Co. 15:22.

 

Versión católica Nácar-Colunga.

La caída al pecado

Dios, por creación, “dejó la obra de la Ley escrita en el corazón humano”, (Ro. 2:15) Después dio a Moisés la Ley, recompilada en Éxodo 20:1-17. Es un compendio sumarial que fija la altura moral en la que el hombre debería andar para ser perfecto delante de Dios. Está redactada de forma tan sabia y bondadosa que causa asombro, y muestra que su origen no puede ser humano sino divino, lo cual se muestra también “cuando uno prueba a añadir o a restar algo de ella”, pues no hay mejora, sino deterioro.

Cristo, sin menguar su contenido legal ni añadir a él, hizo una división de ella, dejando dos mandamientos fundamentales; uno implica nuestra relación para con Dios, y otro para con los hombres, “de los cuales pende toda la Ley y los profetas: Amarás al Señor tu Dios  con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y primer mandamiento. El segundo es semejante: Amarás al prójimo como a ti mismo”, Mt. 22:37-40.

Tratamos de esta Ley porque tiene mucho que ver en el Plan Divino de la salvación que tanto necesita el pecador, y no precisamente porque haya que cumplirla para salvarse por medio de ella, lo cual sería imposible, sino porque esta “Ley es como el ayo que lleva a  los pecadores hasta Cristo el Salvador”, (Gá. 3:24-25)

El ayo era el pedagogo doméstico, y el que llevaba al colegio a los niños de las familias romanas pudientes hasta que estos alcanzaban cierto nivel de crecimiento y, entonces, valiéndose por sí mismos, no lo necesitaban. El Apóstol Pablo tomó la figura del ayo como ilustración, porque aunque la Ley no salva, la Ley lleva a Cristo para que aplique su salvación.

LA LEY ES IMPOSIBLE DE CUMPLIR. Leyendas absurdas afirman que “hubo santos que guardaron la pureza bautismal”. Pero, aparte de lo nulo de esa pretensión, ¿quién podría vivir noche y día amando a Dios sobre todas las cosas, con todo su corazón, con toda su alma y su mente? Y ¿quién puede amar a su prójimo como a sí mismo? ¿No dice el Apóstol que “el que guardare toda la Ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de quebrantar la Ley?”, Stg. 2:10.

A los más religiosos de Israel –bastante más estrictos que los religiosos actuales- Cristo les dijo: “Ninguno de vosotros cumple la Ley”, Jn. 7:19, porque “sólo Cristo ha podido cumplirla, y la cumplió”, Mt. 5:17; y “nadie más pudo cumplirla, ni podrá jamás”, (Ro. 3:10-12 y 19; 1 R. 8:46; Gá. 2:16-21; 3:11…)

Aunque al hombre le es imposible cumplir la Ley, deberá guardarla lo más y mejor posible. Algunos dicen: “No robo, no mato, y no hago mal a nadie, sino el bien que puedo”. Comparados con Hitler pueden parecer ángeles puros, pero si fuesen examinados a la luz del rayo X de de esta Ley del Señor, ¡qué tumores tan malignos dejarían ver! Además, ¿hacen todo el bien que pueden?

PROPÓSITOS DE DIOS AL DAR LA LEY. Uno de ellos ha sido mostrar al pecador que debería ser perfecto. Otro es mostrarle que por no cumplirla es pecador imperfecto y culpable. De modo que la Ley semeja un espejo que nos hace ver nuestra cara manchada, y necesitada de limpieza. Pero el espejo, la Ley, no lava, pues sólo lava Cristo, “el agua de la vida”. Dios quiso que su Ley también sirviese como ayo para llevarnos al Salvador, “porque por medio de la Ley sólo nos viene el conocimiento del pecado”, Ro. 3:20, y así, con conocimiento de pecado, de justicia, de juicio y condenación de muerte eterna, fiásemos en el Salvador para quedar cobijados en su Gracia, y a salvo de su Juicio.

EL FIN DE LA LEY. La Ley pone al hombre bajo el pecado, porque el hombre no la cumple. Por eso la Ley apunta hacia el Salvador, porque es el único que puede librarnos del pecado. No en vano Él es quien en verdad salva a los pecadores que por la fe en Él se refugian bajo la sombra de sus alas, como está escrito: “Porque la Ley (condenatoria) fue dada por Moisés, pero la Gracia (libertadora de esa Ley) y la verdad vino por Jesucristo”, Jn. 1:17. Cuán bien certifica Pablo Apóstol: “EL FIN  de la Ley ES CRISTO, para justificación  a todo aquel QUE CREE”, Ro. 10:4.

Hay, pues, que distinguir la Gracia de la Ley, y valorar cada una de ellas en la medida de su justo alcance, porque “si por la Ley se obtuviese la justicia, en vano murió Cristo”, Gá. 2:21, de modo que, insistimos, “por medio de la Ley es el conocimiento del pecado”, Ro. 3:20. De manera que, conociendo el pecado y su gravedad, acudamos al Salvador, quien por medio de su Gracia concede la liberación del pecado y su poder. La Ley, pues, ha sido el ayo de los redimidos para llevarnos a Cristo; y en Cristo estamos “libres de la Ley, y a salvo del Juicio”.

CUANDO SE ESTÁ EN CRISTO. Aquellos a quienes la Ley nos llevó a Cristo, y “por fe en Él hemos obtenido su salvación”, (Jn. 1:12; 3:36), ¿qué haremos con la Ley? Bien sencillo, si la Ley nos llevó a Cristo, Cristo ahora nos torna hacia la Ley, no para que la cumplamos, pues sería imposible, sino para que por amor y gratitud a Dios nuestro Salvador respetemos su Ley lo más y mejor posible que podamos, y andemos más y mejor los caminos de la Gracia en su santificación práctica. Pablo así lo explica: “¿Anulamos, pues, la ley con la fe? No ciertamente, antes la confirmamos”, Ro.3:31; 7:12 y 16. Así la Ley y la Gracia ocuparán cada una su lugar, sin que perdamos de vista que “la Ley culpa, pero la Gracia liberta”. De modo que, insistimos, el agraciado no debe descuidar los preceptos morales, sino tratar de obedecerlos para agradar a Cristo, el Salvador que tanto padeció para librarlo del gran castigo que merecía.

LOS QUE RECHAZAN LA GRACIA. Quienes no han tomado conciencia de pecado pueden mirar al Calvario para ver a Cristo cuando pagó el rescate demandado por la Justicia de la Ley. Después pueden mirar al huerto de la resurrección, y viendo aquella tumba vacía pueden mirar al trono del Cordero para contemplarle en su Majestad infinita sentado en él. Pueden acogerse a la Gracia para ser libres de la Ley.

Desestimar la Gracia es seguir bajo la Ley del Sinaí tronante, que lleva hasta los rayos del Juicio, los cuales fulminan todo argumento humano, toda altivez e injusticia, y toda falsa ciencia, sea pretendidamente teológica, filosófica, cientista y de toda línea que se alza contra Dios.

Sentencia divina es: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la Ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo se confiese reo ante Dios”, Ro. 3:19, véase hasta el verso 26. Y “los reos ante Dios” son presa de “eterno pecado”, Mc. 3:29.

Dios ofrece su Gracia a los necesitados de ella. Muchos de ellos la rechazan, y entonces sí que quedan “des-graciados”, pues por la Ley siguen imputados al Juicio eterno. Pero cuán precioso es a los creyentes creer al Apóstol: “Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues NO estáis bajo la Ley, sino bajo la Gracia”, Ro.6:14-15. Gracias a Dios por su Cordero; y al Cordero, que nos da la vida eterna: Libres de la Ley; salvos por su Gracia.

 

Citas de la Biblia de la versión católica Nácar-Colunga 

La ley de Dios, los diez mandamientos

Redimir, entre otros significados, es rescatar o sacar de esclavitud al cautivo. La idea de redención es “dejar libre a una persona o cosa comprándola de nuevo. Dejar libre una cosa hipotecada, pagando su valor. Librar de una obligación, previo pago”.

EL REDENTOR CRISTO JESÚS. Dios creó al hombre; este cayó al pozo del pecado; la Ley de Dios le culpa, y ¿cómo podrá librarse de su mal? Gracias a Dios porque proveyó redención en Cristo. Pues bien, “redentor” es el que redime; y es el nombre dado a Cristo, porque Él sufrió y murió para lograr la Redención humana y “salvar a su pueblo de sus pecados”, Mt. 1:21, pues Dios envió “a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para que redimiese a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiesen la adopción de hijos”, Gá. 4:4-5; “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” –no por bautismo en agua- Gá. 3:26; Jn. 1:12. La Redención de Cristo lleva implícito el pago del rescate: La Expiación del pecado, para redimir al pecador.

 

La Escritura pone a todos los hombres como reos culpables bajo la Ley de Dios. Pero Cristo pagó el rescate; de modo que los redimidos decimos con el Apóstol: “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley”, Gá. 3:13. Nos redimió, nos liberó, y “ahora ninguna condenación hay para los que estamos en Cristo Jesús”, Ro. 8:1, y es así: 

…Por tu Mano revestidos    --   Del ropaje de salud;

En tu casa recogidos   --   Por tu gran solicitud;

Redimidos y lavados   --   Por la sangre de Jesús,

Restaurados,  bien amados --   Somos hijos de la luz…

(Parcial. Mariano San León)

 

Cristo en el Santo Evangelio alecciona que vino a este mundo “para dar su vida en rescate por muchos”, Mt. 20:28; Mr. 10:45, y el Apóstol Pablo enseña que “se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo”, 1 Ti. 2:6. Cristo “se dio a sí mismo para redimirnos de toda iniquidad”, Tit. 2:14, sin dejar “iniquidades leves” para el inexistente purgatorio.

Libres, aún de las peores iniquidades, “de toda iniquidad”, porque la sangre de Cristo tiene una valía infinita, de modo que dio plena satisfacción a la Justicia divina, quedando en Cristo satisfecha y aplacada. Por eso ahora el creyente “es justificado gratuitamente por su gracia (de Dios) mediante la redención que es en Cristo Jesús”, Ro. 3:24.

Claro como luz de mediodía: “En Cristo tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia”, Ef. 1:7; Col. 1:14, porque el Señor Jesucristo es quien, al precio de su sangre y de su vida “obtuvo nuestra eterna redención”, He. 9:12. El redimido dice a Cristo:

“Cuando te veo herido y afligido  --  En la cruz maldita agonizando,

Hallo que mi corazón está creyendo  --  Que por mí, Señor, sufriste tanto”.

INTENTO HUMANO DE AUTORREDENCIÓN. Desde tiempos remotos el hombre ha intentado auto-redimirse, y por ello en el AT se advertía: “Los que confían en sus bienes (materiales y/o espirituales) y de la muchedumbre de sus riquezas (materiales y/o espirituales) se jactan, ninguno de ellos podrá en manera ninguna redimir al hermano ni dar a Dios su rescate (tanto el rescate por su hermano como el personal) porque la redención de su vida es de gran precio y (por medios humanos) no se logrará jamás”, Sal. 49:5-8.

También Cristo lo confirma con una interrogación aplastante: “¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?”, Mt. 16:26; Mr. 8:37. Dios solamente aceptó el sacrificio de Cristo para efectuar la Redención de los pecadores. Dios no se agrada de los sacrificios humanos, como aconteció con el de Caín cuando intentó agradar a Dios ofreciéndole en su propia justicia “de los frutos de la tierra que él labraba”. Sí, en cambio, Dios se agradó de la ofrenda de Abel, que le llevó su mejor cordero, que era lo que el Ser Supremo habría mandado se le ofreciera, tipificando a Cristo, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Jn. 1:29.

El Apóstol recuerda a los convertidos: “Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”, 1 P. 1:18-19.

 

EL ÚNICO REDENTOR-MEDIADOR. Algunos equiparan a Cristo con Buda, con Confucio y otros; y muchos dicen: “Los cristianos adoran a Cristo, los judíos a Yahvé-Jehová, y así muchos más…, y Dios es el mismo, aunque con diversos nombres, pero a quien se va por muchos caminos. En fin -estas y otras opiniones humanas aparte- Dios dice: “Yo, yo soy el Eterno Dios, y fuera de mí no hay salvador”, Is. 43:11; y Pedro Apóstol informa de Cristo: “En ningún otro hay salvación…”, Hch. 4:12.

Dios es exclusivo, y se hace excluyente de todas las muchas deidades. No es un dios entre otros que mirasen todos para sus adoradores, sino que sólo hay un Dios, y Él mora en las alturas de su gloria infinita. Pero para acercarse a Él hace falta “el Mediador elocuente y poderoso que Job atisbaba”, (33:23), y es el que Pablo presenta como el Mediador único, sin María, sampancracios ni papas, “porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús”, 1 Ti. 2:5.

Único es el Redentor, y único en mediación entre Dios y los hombres, como Él afirma: “Yo soy EL camino, LA verdad, y LA vida; nadie viene al Padre sino por mí”, Jn. 14:6; de modo que, Gloria a “Cristo, que aniquiló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del Evangelio”, 2 Ti.1:10. Gloria “a Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte”, He. 2:9.

CONCLUSIÓN. ¿Por qué permanecer en sujeción a la servidumbre del pecado y continuar expuestos al castigo merecido? No reconocer la redención de Cristo ni ampararse en Él, de un modo u otro es rechazar al Redentoror; también a su Padre, que lo envió; y al Espíritu Santo, que comunica esta solemne realidad y ofrece la redención personal por la fe –confianza- en Cristo Jesús. Es incuestionable que quien rechaza la Gracia divina sigue sujeto al “Juicio eterno”.

Las personas redimidas por el Cordero de Dios, como anticipo de un cantar celestial, le podemos entonar: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios”, Ap. 5:9.

Al Redentor le costó un precio carísimo “redimirnos de toda iniquidad”, pero nos redimió, y quiso “purificar para Sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”, Tit. 2:14. Así son las cosas: “Almas redimidas por la Sangre del Pacto Eterno; un Pueblo de Cristo, “propio, y celoso de buenas obras”. Un Pueblo “redimido para Dios”, que sabemos, y reconocemos a Cristo como nuestro “Redentor y Abogado que intercede por nosotros ante Dios”, 1 Jn. 2:1; Ro. 8:34.  Así, pues, ¿por qué privarse de pertenecer al verdadero Pueblo del Señor, y de tener tan supremo “Redentor, Salvador, Abogado, Intercesor, Pastor y Amigo fiel?

Citas bíblicas de la versión católica Nácar-Colunga.

El Redentor y su redención

Gracia en sí es un don inmerecido; es misericordia, es un regalo o dádiva que se ofrece por bondad. Por parte humana se observan concesiones de gracia ofreciendo un perdón, o expresada de otros modos. Está bien ejercer la gracia, pero cuando el hombre pone sus gracias o favores para el bien de otros con el fin de que le sean como meritoria para alcanzar el cielo de Dios, esas “justicias humanas a Dios le resultan como trapos de inmundicia”, Is. 64:6, pues con ellas se menosprecia la “Justicia de Cristo”, que es la única con la que Dios “justifica a los culpables”.

LA GRACIA DE DIOS. La Gracia de Dios es el amor y favor inmerecido y gratuito que el Señor en su gran misericordia se ha dignado tener y ejercer en bien del Ser humano que se acoge a ella para obtener el perdón de pecados y, en consecuencia, librarlo del Juicio y darle la Vida eterna.

 

Al mirar, oh Dios, tu senda  --  Te bendice el corazón

Y de tu gracia infinita  --  Toma el alma su canción…

De tu mano he recibido  --  La más bella libertad;

Y hoy tu luz mis pasos guía  --  En salud e integridad…

(Parcial. Mariano San León)

La Gracia de Dios se manifiesta esplendente en el Plan Divino de la Redención humana llevada a cabo por Jesucristo, (Jn. 1:17; Ro. 3:24-26) De ella notemos:

PRIMERO. Se distinga entre Providencia y Gracia. Véase espejo “Providencia”, pues ésta es para crear y mantener las criaturas; pero la Gracia ha sido establecida para crear y mantener espiritualmente a “los hijos de Dios por la fe en Cristo”, Gá. 3:26.

SEGUNDO. La Gracia estaba en el amoroso designio divino “desde antes de la fundación del mundo”, Ef. 1:4, para que “por la Gracia de Dios Cristo gustase la muerte por todos”, He. 2:9, porque el amor de Dios es pleno e infinito, cuya medida es Cristo, y su fruto se explaya a dimensiones eternas en “gracia sobre gracia”, Jn. 1:16.

TERCERO. La Gracia de Dios procede del amor de Dios y del amor de Cristo, de modo que “para obtenerla queda excluido todo mérito humano”, (Ro. 4:4-5; 9:30-33; 11:6; Gá. 3:12; Tit. 3:5; Is. 64:6), porque “la gracia es gracia”, (Ro.11:6), es un favor, un regalo inmerecido.

CUARTO. Por la acción de la gracia salvadora se anula la acción de la justicia condenatoria; es decir: “La justicia de la fe anula la justicia de la ley”, (Ro. 9:30; Fil. 3:9) De este modo el Apóstol expresa: “Y la misericordia triunfa sobre el juicio”, Stg.2:13.

Cristo abrió de par en par las puertas de su Gracia cuando por su Obra satisfizo las demandas de la Justicia divina. Por ello hay liberación en Cristo por pura gracia, pues “Él fue la ofrenda para la expiación del pecado”, (He. 9:27), y “puede salvar para siempre a los que POR ÉL se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”, He. 7:25.

QUINTO. La Gracia de Dios sólo desciende por un canal: “La fe en Jesucristo”, Ro. 4:16; Ef. 2:8), de modo que, como Él afirma: “Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”, Jn. 8:24. Por tanto, no creer –no confiar- En Cristo, rechazando su Gracia, es seguir enfrentado al Juicio”, (Jn. 3:16,18,36; He. 10:29)

SEXTO. La Gracia no cesa cuando el pecador recibe el sello del perdón y se le otorga la Vida eterna asegurada en Cristo, sino que así empieza; y todos los frutos del Evangelio en su vida cristiana son gracias de Dios, y esto “por la abundancia de la bendición del Evangelio de Cristo”, Ro. 15:29, especialmente mediante los dones y los frutos del Espíritu”, (1 Co. 12:7-11; Gá. 5:22-23), como “regalos perfectos de Dios”, Stg. 1:17.

Salvación para el perdido  --  Hoy ofrece el Salvador.

Salvación al pobre, al rico,  --  Y gratis la da el Señor.

…Si una salvación tan grande  --  Desechares, pecador,

¿Cómo esperas escaparte  --  De los juicios del Señor?

(Parcial. Desconozco autor)

EN SUMA. La Gracia no hay que ganarla. Si la salvación es “por gracia, ya no es por obras. De otra manera, la gracia no es gracia”, Ro. 11:6, pues “al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda”, Ro. 4:4. Por eso TODO el mérito humano tan sólo es demérito por las culpas de su pecado; mientras que los méritos de Cristo, aplicados al pecador por pura gracia, abren la puerta grande a todas las bendiciones de Dios. Sí, “la paga del pecado es muerte; pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús”, Ro. 6:23.

Sólo por gracia podemos abrazar los ofrecimientos de perdón, de amistad con Dios y hallar la filiación divina, “porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres”, Tit. 2:11, “porque POR GRACIA SOIS salvos, por medio de la fe (no por prácticas sacramentales, ni otras), y esto no de vosotros, pues es REGALO de Dios; no por obras (como las sacramentales, humanitarias y sociales) para que nadie se gloríe”, Ef. 28 (Ver 1 Co. 1:31; Gá. 6:14)

 

PARA HALLAR LA GRACIA no basta decir “creo en Ti, Señor”. Tampoco “te acepto, Señor”, como ahora tanto se hace, porque Dios demanda ARREPENTIMIENTO de pecados (un pesar por ellos, y la firme decisión de su abandono) Dios también exige la CONVERSIÓN a Él, es decir: “Un sometimiento al Señorío de Cristo”, para hacer su voluntad, Hch. 3:19; y, finalmente, se demanda “creer o confiar en Cristo, descansar por fe en Él como el personal Señor, Salvador y fiel Pastor. Dios exige al pecador reconozca y se ampare por fe (crea) en que Cristo es quien pagó, y de quien provienen todas las bendiciones. De modo que, una de dos: O se dan estos pasos, o no hay salvación para el pecador.

 

DESESTIMANDO LA GRACIA. ¡Cuán menospreciada está la Gracia de Dios en Cristo!, y aún a muchos la Gracia les parece un insulto, porque les manifiesta la bondad divina y les aplasta el orgullo humano, en el que quieren hacer obras meritorias, pues prefieren glorificarse a sí mismos cual “pavos reales en la rueca de sus buenas obras”, que exponen delante de Dios y de los hombres, pero sin darse cuenta que así demuestran un desprecio a la Obra de Cristo, al amor del Dios de Gracia; a Dios mismo y a su Santo Cordero.

Así, el pavo real no limpia sus feas y sucias patas, que no puede ocultar. Pero, acostumbrado a dejar pasmadas a las pavas y a vivir en las nubes de sus utopías, también sueña llegar al cielo siendo allí la admiración de todos; y espera que Dios mismo le felicite “por haber merecido su salvación por obras, habiendo apartado de sí la Obra del Crucificado en el Calvario”. No atiende ahora la voz del cielo, que le dice: “Todas tus justicias son a Dios como trapos de inmundicia”, (Is. 64:6) Y es que al Palacio de Dios se entra “en virtud de los méritos de Cristo, o no se entra”. Cuánto error y desdén para con Cristo, cuando “de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”, Jn. 1:16.

 

Ver espejos “gracia y obras”, y la sección “tratados”.

Citas bíblicas versión católica Nácar-Colunga

La gracia de Dios

Si millones de personas no sufriremos el Juicio, no es porque seamos “buenos”, sino porque viéndonos “muy malos” nos pusimos bajo la protección del Ser Supremo, quien por amor a los pecadores ha previsto una salida airosa para librar de este Juicio. Dios no atropella su Justicia; y tampoco es un memo para someter a juicio a quienes tendría que absolver. Trataré de explicar esto.

LA JUSTICIA DE CRISTO. “Jesucristo el Justo” vino a este planeta, chapatal de pecado y muerte, con una misión grandiosa; en palabras de san Pablo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, 1 Ti. 1:15, pero, para poder salvarlos, era necesario que Él obtuviera una justicia especial, la ofreciera, y con ella nos librara del cáncer de nuestros pecados.

Cristo en la muy terrible batalla del Calvario obtuvo esa Justicia, pagando las culpas de sus redimidos; por eso, “ahora, pues, ninguna condenación hay para los que estamos en Cristo Jesús”, Ro. 8:1. Esta preciosa Justicia de Cristo ya en el AT era llamada: “La justicia perdurable”, Dn. 9:24, pues protege a los redimidos por toda la Eternidad. Y en el NT es llamada: “La justicia de la fe”, Ro. 4:11; Fil. 3:9, porque la obtenemos al poner nuestra fe en Cristo.

Esta “justicia de la fe” aplaca la “justicia de la ley”, pues Cristo pagó nuestra deuda; y por eso la Justicia legal está satisfecha; y es, de este modo, que Dios en justicia puede aplicar su perdón por gracia. Así, aunque la Ley culpa, la Gracia liberta de esa misma Ley (Ver la Ley de Dios: los diez mandamientos) Esta es “la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él”, Ro. 3:22. Así “la misericordia triunfa sobre el juicio”, Stg. 2:13.

Dios ofrece su perdón, y lo otorga a cuantos ponen su fe –confían- en Cristo, como enseña san Pablo: “Al que no conoció pecado (a Cristo) por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”, 2 Co. 5:21. Pocas conciencias valoran la Obra cumbre de Dios en este mundo: ¡El Sacrificio de su Hijo en el altar del Calvario!

JUICIOS DE DIOS. Dios es justo, y “sus juicios son verdaderos y justos”, Ap. 19:2, como corresponde a su juzgar. No obstante, muchos niegan su justicia; y aún le juzgan porque no juzga como ellos quieren que haga, pues “erigidos en diosecillos” quieren que pase de sus malandanzas personales, pero que “arregle el mundo castigando a otros”. No ven que si aplicase su juicio sobre la mala obra, nadie estaríamos vivos. No obstante, Él soporta, porque “es paciente con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, 2 P.3:9.

CLASES DE JUICIOS DIVINOS. Solo notaremos dos de ellos, muy importantes: Tribunal de Cristo; y, el Juicio del Gran Trono Blanco.

EL TRIBUNAL DE CRISTO. Al leer en las santas Escrituras: “Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”, Ro. 14:10, y “porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba  -recompensa o falta de ella- según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”, 2 Co. 5:10, muchos imaginan que se trata del “Juicio Final”. Pero no, porque este Tribunal de Cristo no juzgará a los cristianos por sus pecados, pues el Señor mismo pagó por ellos en el Calvario, sino que juzgará la obra de cada uno de los cristianos desde que se convirtieron a Él, para darles o no recompensa por la obra personal de cada uno. Es Tribunal de retribución cristiana, y no de condenación por el pecado.

He subrayado “cada uno de nosotros”, y “todos nosotros”, porque el contexto de ambas citas no trata de todos los seres humanos, sino de todos los convertidos, únicos llamados a comparecer en un día futuro delante de este Tribunal, para rendir cuentas de la mayordomía cristiana mientras Dios nos tuvo en esta tierra como testigos de su Gracia y embajadores de su amor para un mundo muerto, “separado de Dios en delitos y pecados”, Ef. 2:1-2.

Cristo manda: “Analizad las Escrituras, porque a vosotros os parece que ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí”, Jn. 5:39. El problema de aquellos judíos era el mismo que muchedumbres tienen hoy, pues Cristo siguió diciendo: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.

EL JUICIO DEL GRAN TRONO BLANCO, Ap. 20:11-15. Al fin de la Historia humana en este planeta Dios hará este juicio terrible, que suele llamarse “Juicio Final”. Los despreciadores de Dios de toda la Historia comparecerán “reos de juicio eterno”, Marcos 3:29. Notemos de aquel juicio: “Y vi un gran trono blanco…, y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”, Ap. 20:11-15.

El Profeta Daniel lo describe de manera distinta, pero no contradictoria sino complementaria: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días… millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él. El juez se sentó, y los libros fueron abiertos”, Dn. 7:9-10.

Terrible escenario, “del cual oyó Félix (Gobernador romano en Judea) hablar al Apóstol Pablo, y se asustó”, (Hch. 24:25) Y no es para menos, pues tremendo será para quienes comparezcan sucios de todos sus pecados. Serán juzgados por sus obras, especialmente por la obra, por el gran pecado, de haber menospreciado a Cristo. En cambio, los creyentes estamos "libres de juicio”, (Jn. 5:24),  y “libres de condenación”, Ro. 8:1, porque el Juicio que merecíamos lo afrontó el Señor cuando fue “puesto bajo maldición divina, colgado de un madero”, Gá. 3:13; 1 P. 2:24.

LOS PERFECTOS SON LIBRES DEL JUICIO. Los redimidos, “libres de juicio y de condenación”, delante de Dios “somos perfectos en Cristo Jesús”, (Fil. 3:15). Perfectos, porque Cristo saldó nuestra “hipoteca” y, por ello, Dios “nos perdonó de todos nuestros pecados”, Col. 2-13, y “nos hizo perfectos para siempre”, He. 10:14.

Por eso, la Esposa del Codero de Dios no solo NO va a ser juzgada en aquel tremendo Juicio, sino que entonces estará sentada junto a su Esposo y Señor, el Gran Juez. Más aún, pues sus redimidos de algún modo “juzgaremos al mundo” incrédulo; y “aún a los ángeles”  caídos, 1 Co. 6:2-3.

La verdadera Iglesia ha sufrido mucho bajo formas de persecución diversa, y ha dado ríos de sangre y de lágrimas por amor a Cristo y a las almas perdidas. No extrañe que de algún modo esta conducta sea ponderada entonces por el Juez, y de algún modo sirva de juicio contra los menospreciadores de la Gracia y los enemigos de Dios.

Para librarse de tan espantable juicio, cuyos rayos de justicia fulminarán toda pretensión de inocencia humana,  (excepción aparte de quienes no oyeron el Evangelio, pues el árbitro de su juicio será su propia conciencia”, Ro. 2:14-16)  hay que convertirse a Cristo, y olvidar los engaños de los hombres religiosos, que llevan al “juicio eterno”. Sí, la vida vale más que sucumbir al engaño, y Dios nos da libertad de elección.

Citas bíblicas versión católica Nácar-Colunga.

Libres del juicio de Dios

Llamamos Eternidad a aquel reino de duración infinita que se extiende más allá de las fronteras de la vida y de este mundo de los hombres. Pues bien, “Dios puso conciencia de eternidad en el corazón humano, sin que nosotros alcancemos a conocer toda su obra”, (Ec. 3:11) Esta conciencia parece estar muy adormecida en este tiempo de tanta agitación, ocio y pecado, porque el asunto más solemne de esta vida, que es “asegurar la Eternidad en y con Cristo”, suele ser de los más descuidados, y aún despreciados, porque el amor al pecado y el bombardeo engañoso e incesante de la maquinaria diabólica influencian al hombre, y este descuida las sublimes verdades de Dios que apuntan hacia la Eternidad.

El Señor Jesús instruye sobre el gran engaño de aquel que vive alejado de Él, pues no en vano “el que habita la Eternidad, y cuyo Nombre es Santo”, vino del más allá; de modo que como expresa Fray Luis de León en estrofas intermedias de “Noche Serena”, oda que pone a los hombres delante de la Santa Biblia:

…¿Qué mortal desatino  --  De la verdad aleja así el sentido,   --  Que, de tu bien divino,

Olvidado, perdido,  --  Sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado  -- Al sueño, de su suerte no cuidando, -- Y, con paso callado,

El cielo, vueltas dando,  --  Las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad mortales! -- ¡Mirad en atención a vuestro daño! -- Las almas inmortales,

Hechas a bien tamaño,  --  ¿Podrán vivir de sombra y solo engaño?

¡Ay, levantad los ojos   --Aquesta celestial eterna esfera!  --  Burlaréis los antojos

De aquesta lisonjera   --  Vida, con cuanto teme y cuanto espera…

¿Es más que un breve punto -- El bajo y torpe suelo, comparado -- Con este gran trasunto Donde vive mejorado --  Lo que es, lo que será, lo que ha pasado?...

La infinible “Eternidad” no cabe en nuestras mentes tan finitas; pero si tomásemos un poco de conciencia de su solemne concepto, los no convertidos a Cristo podrían buscar en Él ayuda y luz; y los ya convertidos viviríamos más cerca del Rey de la Eternidad, quien en su Palabra –por medio de un antiguo Profeta suyo- continúa advirtiendo: “Prepárate para venir al encuentro de tu Dios”, Am. 4:12.

Los antiguos sacerdotes druidas dijeron a sus coetáneos cuando llegaba el Cristianismo a Inglaterra: “Venimos de la noche del no ser, y a ella regresamos sin saber nada de ella. Dejad hablar a estos hombres, por si quizá nos dan algo de luz”.

Hoy sabemos que “Dios envió a su Hijo”, Gá. 4:4; sabemos que el Hijo dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la lumbre de la vida”, Jn. 8:12. Cristo murió para darnos vida eterna; y tenemos al Espíritu Santo para “guiar a toda verdad a las personas interesadas en saber más del Evangelio”, (Jn. 16:13) De modo que tenemos una responsabilidad de alcance infinito, porque infinita es la dignidad de Dios, a quien hemos ofendido, y quien “regala su salvación por merced de la Obra de Cristo”, (Ro. 6:23)

AL FIN DE LA VIDA: LA ETERNIDAD, sea en gloria para los salvos, o bajo “juicio eterno” para los despreciadores de la Gracia. Dios ha decretado este juicio; lo advierte seriamente en su Palabra, y Él es el Único Ser que puede llevarlo a efectos. Cristo, en Lucas 16:26, habla de “una gran sima”, un gran abismo de separación entre salvos y condenados que imposibilitará el acercamiento.

Cuando el Juez juzgue, no habrá súplica que pueda ser oída porque la sentencia del Juez Supremo del Universo será inapelable: “Muerte eterna”, eterna separación de Dios y de su gloriosa Majestad, “sin que haya alegación que no sea fulminada por los rayos de este terrible juicio”, Mt. 7:21-23.

Sucios de sus pecados, y “esclavos del poder del pecado”, irán al lugar que libremente escogieron para morar ellos mismos por las edades infinitas de la Eternidad. Pero, qué lamentos por no haber aprovechado su oportunidad de protegerse en Cristo. ¡Cuánto tiempo y oportunidad perdieron! ¡Cuánto se entregó a la vanidad! Si Dios no existiese, poco perdería –y aún ganaría- quien confía en Él. Pero si en verdad existe, y la Santa Biblia es su Palabra –como este pobre servidor así lo cree- entonces ¡cuánto bien tira por la borda quien menosprecia al Ser Supremo; y cuánto juicio acarrea sobre sí!

 

TIEMPO DE OPORTUNIDAD. Se hace muy urgente la necesidad más que apremiante de ponerse a salvo del Juicio, por eso Dios urge al ser humano mediante la pluma de su Apóstol: “He aquí, AHORA, el día de salvación”, 2 Co. 6:2. Si corremos para no perder el autobús, o para no llegar tarde al trabajo, ¿por qué dar largas a este tema de trascendencia infinita? Sí, lector, “aquí y ahora el tiempo de arrepentirse de pecados, de convertirse a Cristo, y de descansar por fe en Él como Señor y Salvador personal”.  

Oigamos a Cristo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”, Jn. 3:16. Sí, vida eterna en Cristo; libres del Juicio, libres de la muerte eterna.

 

ELIGIENDO BIEN. Solo hay dos vías, por las que avanzamos los salvos y los condenados. Ahora se escoge la buena para salir de la mala por la que se camina. Sobre aquella, como alguien expresó: “Vivir la fe en Cristo puede parecer un cuento de hadas. No que lo sea; y, si lo fuera, aún así valdría la pena vivirlo”. Pero, agregamos, si no es un cuento, sino verdadera realidad, ¿qué será de los incrédulos? Dice el Apóstol Pedro: “Si el justo (por Dios declarado justo; justificado por Dios) con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y pecador?, 1 P. 4:18.

Eternidad, el tiempo se acabará.       Los breves momentos ya han de cesar.

Di, pecador, ¿dónde estarás        En el día invariable de la Eternidad?

Horrorizado sin esperanza contemplarás     El tormento del infierno por la Eternidad.

Si en este día ya no respiras,    Si el corto tiempo llega a su final,

Pena perpetua, la muerte segunda    Para los que a Cristo han de rechazar.

Terrible el destino se mostrará.     El tiempo se acaba, y luego… ¡ETERNIDAD!

(Desconozco autor)

¡ETERNIDAD! Inmensidad de inmensidades, que se expanden a otras mayores, y a mayores en el tiempo y en el espacio de la infinible Eternidad. Pero gracias a Dios por su Cordero, que vino del mundo eterno, que tomó forma humana, que como hombre “se humilló hasta lo sumo” para saldar nuestra gran deuda al inmenso precio de “su cuerpo molido por nuestros pecados, y de su sangre y su vida dadas en sacrificio para poder efectuar nuestra justificación”. Él nos abrió por pura gracia las puertas de su palacio, y las de su mismo corazón para pura y santa relación de amor con Él, con las tres Personas de la Santa Trinidad, y en su cielo de gloria por toda la infinible Eternidad. Por eso sus redimidos decimos: “A Él sea la gloria, así ahora como en el día de la Eternidad. Amén”, 2 P. 3:18.

Citas bíblicas de la versión católica Nácar-Colunga.

Eternidad, eternidad

“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor; el que es, y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”, Ap. 1:8. Todo el poder lo tiene únicamente Dios; y Cristo es “Dios sobre todas las cosas”, Ro. 9:5.

Cristo, pues, es “principio y fin” de este mundo y de sus cosas. De modo que, aplicada la expresión del Señor tan solo en este contexto, notemos muy levemente sobre los siete apartados de nuestra exposición.

  1. LA CREACIÓN. “Cristo es el Creador y Sustentador de los cielos y la tierra”, Jn. 1:1-3; He. 1:2-3. Por tanto, la Creación no proviene de una casualidad evolutiva, sino que “por su voluntad divina existe”, (Ap. 4:11) Así también, lo que cada uno somos y tenemos, a Dios lo debemos”, (1 Co. 4:7)

  2. LA CAÍDA. Cuando el hombre cayó en el pecado, “Dios en bondad le prometió enviar un Salvador”, (Gé. 3:15), de tal modo que en Cristo hemos hallado bienes muchísimo mejores que los que en Adán perdimos.

  3. LA LEY. Dios, en sus soberanos designios, “dio al hombre una Ley, llamada los 10 Mandamientos”, (Ex. 20:1-17) Esta Ley “pone a todo el mundo reo ante Dios”, Ro. 3:19, porque nadie la cumplimos. Pero Dios, tan justo y santo, también “es amor”, 1 Jn. 4:8 y 16, y hace que esta Ley nos haga mirar a Cristo, que la cumplió, y pagó en su cruz las culpas de cuantos confían en Él.

  4. LA REDENCIÓN. Miremos a Cristo clavado en un madero para redimirnos; y seamos consecuentes, pues “hizo el pago por el pecador”, (Jn. 19:30), para que tengamos “redención por su sangre, el perdón de pecados”, Col. 1:14.

  5. LA GRACIA. Gracia es “perdón inmerecido, misericordia gratuita…”. Tan solo por los méritos de Cristo Dios aplica su Gracia a los pecadores viles; y “a aquellos que creen en su Nombre (confían en Cristo) los acoge en calidad de hijos suyos por toda la Eternidad”, (Jn. 1:12; Gá. 3:26) Los creyentes, “somos salvos por gracia, y no por obras, sino para hacerlas por amor y gratitud a Dios, el gran Dador de Gracia”, (Ef. 2:8-10)

  6. EL JUICIO DE DIOS. Si muchos reos pudieran, se fugarían de la justicia humana, tan nimia ante la Justicia divina. Dios, a los que no se acogen a su Gracia, les tiene reservado un terrible juicio, del cual no podrán evadirse. De modo que, ¡qué inconsciencia es vivir enfrentados al Juicio divino!, cuando puede evitarse protegiéndose ahora en Cristo, “el refugio de los pecadores”, el único que salva de pecados y libra del Juicio de Dios.

  7. LA ETERNIDAD. Los redimidos del Cordero, y los enfrentados al Juicio eterno, avanzamos hacia el destino eterno que escogemos aquí. Por eso, como dice el Apóstol: “He aquí, AHORA, el día de salvación”, 2 Co. 6:2. Si, “aquí y ahora”.

 

CRISTO, EL INCOMPRABLE. Se oye la afirmación popular que compara a Cristo con Buda, Zoroastro u otros fundadores de religiones. Pero, qué incongruencia e injusticia es comparar a Cristo con seres pecadores, tan mortales como todos los demás.

¿Qué crearon Budda y Confucio? Cristo es “Aquel Santo Ser por quien, y para cuya gloria y alabanza, fueron creados los cielos y la tierra; y quien con su poder infinito los sustenta”. Sus obras eran portentosas, pues por igual multiplicaba panes y peces como sanaba enfermos o resucitaba muertos. Tal era su divino poder, siendo tantas y tales sus obras de grandeza, que Juan, en un lenguaje  -el peculiar de su asombro-  se expresó así: “Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribiesen una por una, pienso que ni aún en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.”, Jn. 21:25.

Siglos y milenios antes de la Venida de Cristo, su Padre, con miles de profecías, hizo anunciar acerca de su Hijo, de sus obras, de sus “padecimientos y de las glorias que vendrían tras ellos”. La grandeza de Cristo es inmedible, pues se abre a lo infinito de su gloria y de su poder divino. No extrañe si “el sol fallo”, si el sol mismo dejó de dar luz durante las tres horas de la "Expiación del pecado”.

También la tierra tembló conmovida bajo los pies de su Creador cuando dio su vida para salvar a pecadores viles; y así también volvió a estremecerse cuando Él resucitó. ¿Son casualidades estos acontecimientos, y otros muchos? No sin causa “toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, (en el Calvario a la muerte de Cristo) viendo lo que había acontecido, volvían golpeándose el pecho”, Lc. 23:48.

JESUCRISTO ES EL SEÑOR. Confucio, Buda, Zoroastro y todos los mejores y más excelentes bienhechores de la Humanidad, ¿qué son todos ellos, y qué dan, comparado a Cristo y a lo que el Gran Rey nos ofrece? Ningún ser humano debemos doblar nuestra rodilla sino sólo ante Cristo, porque Él es el Señor de la vida, de la muerte, y del reino eterno de su Divinidad; por eso “gratuitamente, por gracia, Él hace seguros de vida eterna a pecadores condenados a la muerte eterna”. Y, ¡qué extraña dormición!, pues ni aún así las muchedumbres se inmutan, y somnolientas persisten en sus caminos hacia “el Juicio eterno”, (Ro. 6:23)

El mundo ofrece demasiado entretenimiento. También el bombardeo incesante de la maquinaria de maldad satánica siembra dudas y levanta mentira y calumnia; también falsa erudición contra Cristo, contra su Palabra, sus hijos  y sus intereses. Todo esto, y el amor al pecado, generan somnolencia que frena de ir a Cristo.

Hoy se habla de alienígenas, pero Jesucristo vino de su país lejano. En su humana naturaleza –no en la divina- fue concebido aparte de las leyes de esta vida. Él se enfrento “al que tenía el imperio de la muerte, esto es: al diablo”, para derrotarlo, y todos sabemos de su gloriosa victoria en el Calvario. Así “por la sangre de Cristo y la gracia de Dios” hay misericordia para “el pecador que se reconoce culpable, que se arrepiente de sus pecados, que se convierte a Cristo, y que pone su confianza en Él como su Señor y Salvador personal”.

Cristo, por su poder quiere hacer en cada persona una obra de portento, “transformarla, y pasarla de muerte a vida”, pero nunca obligará a ello, pues respeta voluntades. Él ama, y llama para que quienes quieran acudan a Él.

Cristo es el Incomparable, y “es el Señor de todos”, Hch. 10:36. “Dios lo ha hecho Señor y Cristo”, Hch. 2:36, porque Él, “estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos; y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”, Fil. 2:8-11. Por tanto, ¿no es mejor doblarla hoy, y confesar a Cristo con agrado, y no mañana por la fuerza y bajo Juicio eterno? Conviene rendirse AHORA ante su Cetro de misericordia, y no mañana ante su Cetro de juicio. Que Él te bendiga, lector.

Citas bíblicas de la versión católica Nácar-Colunga.

Jeucristo es el Señor
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