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LA LOCURA HUMANA: ¿DÓNDE ESTÁ TU DIOS?


Cuando “los fariseos y los intérpretes de la Ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos”, (Lc. 7:30-35), podían enrumbar en cualquier camino equivocado. Así coronaron la inmensa locura cuyo camino emprendieron, y en ella no descansaron ni al contemplar a Cristo sufriendo tanto en su lento y más que crudo camino hacia su muerte.

Tal fue la alta cota de maldad que manifestaron los airados enemigos del Señor, aquellos que eran azuzados por los malvados poderes infernales, aquellos que “le devolvían mal por bien, y odio por amor”, Sal. 109:5, y lo hacían “para afligir su alma”, Sal. 35:12, pues sus enemigos “estaban vivos, y eran fuertes… y le eran contrarios por seguir Él lo bueno”, Sal. 38:19-20.

Los antiguos judíos, por su extremada maldad en ignorancia voluntaria, por odio y “por envidia crucificaron a Cristo,”, Mt. 27:18. Si hubieran tenido “la sabiduría de Dios, nunca habrían crucificado al Señor de Gloria”, 1 Co. 2:7-8. De tal modo que no es extraño que se mantuviesen acechando a Cristo, y cuando creyeron que estaba derrotado le injuriaron diciendo: “¿Dónde está tu Dios?”.

Los guías religiosos de Israel estaban dormitando en las sombras de su gran desgracia y en las penumbras de su desmedida locura; y solo de tal modo pudieron tener al Hijo de Dios como un rebelde a la Divina Ley. Isaías 53:3-4 es uno de los sagrados textos que confirman claramente la inmensa ceguera del Pueblo elegido:

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebrantos, y como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios, y abatido”.

“Este no puede ser de Dios, pues quebranta el Sábado, haciendo diversos milagros en el día de reposo”. Así decían, porque creían ver la paja en el ojo ajeno, mientras ellos trabajaban activamente para salvar un buey que hubiese caído a un pozo, (Lc. 14:5), o una oveja, pues como Cristo les dijo sobre el tema: “Y, ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo”, Mt. 12:11-12, y máxime cuando la vida del hombre trasciende a la Eternidad sin fin; y de algún modo “Dios ha puesto esta conciencia de Eternidad en el corazón humano”, Eclesiastés 3:11.

Registra la Escritura: “Por esto los judíos más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”, Jn. 5:18.

Así vamos viendo quién realmente estaba equivocado, cuando el Pueblo, atolondrado de la religión desvirtuada por los aditamentos de la Tradición, estaba atembado y dormitando en su dopagia de maldad. Como Pueblo, ni siquiera vieron en Cristo a su Mesías, tan prometido y esperado. Antes, y en contrario, oigamos la voz del propio Mesías:

“Reunidos murmuran contra Mí todos los que me aborrecen; contra Mí piensan mal, diciendo de Mí: Cosa pestilencial se ha apoderado de Él; y el que cayó en cama no volverá a levantarse. Aún el hombre de mi paz, el que de mi pan comía, alzó contra Mí el calcañal”, Sal. 41:7-9; Jn.13:18. Este hombre era Judas Iscariote.

Igualmente leemos en el Salmo 71:10-11 la expresión del Señor: “Porque mis enemigos hablan de Mí, y los que acechan mi alma consultaron juntamente, diciendo: Dios lo ha desamparado; perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre”.

El ambiente del Calvario tuvo que ser más denso que la gelatina helada, porque los poderes fácticos del infierno se concentraban allí, “y se frotaban las manos” sonriendo de maldad con mucha sorna contra Cristo, porque consideraban que sucumbía sin remedio a las poderosas fauces de la muerte.

Los enemigos del Señor no comprendían que Él no deseaba bajar de aquel madero. No imaginaban que si hubiese querido librarse de sus padecimientos hubiesen sido hechos añicos los acerados clavos y el mismo madero del que estaba suspendido, o todo el sistema solar si preciso hubiese sido.

Poco o ningún caso hicieron los judíos a Cristo cuando les dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”, Jn 18:20. Desconsideraron las palabras proféticas: “A sus enemigos vestiré de confusión, mas sobre Él florecerá su corona”, Sal. 132:18.



SALMO 42: EL SALVADOR Y SU SALVACIÓN. Capítulo VI: Mientras me dicen todos los días ¿Dónde está tu Dios?; Tercero: La locura humana. Páginas 49-51.

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