En la Cruz de Cristo se manifiesta el amor de Dios para el hombre; y junto a ella se ve el brazo del hombre levantado, y con el puño cerrado contra el Alto y Sublime. De modo que los creyentes, mirando al Señor en su muerte, debemos recordar lo que fuimos, y agradecer lo que por la sangre de Cristo y la gracia de Dios somos, y seremos.

 

Esta ordenanza de recordarle en su muerte y resurrección enseña y ha de revitalizar a sus hijos de amor, quienes también debemos conocer un poco más acerca de la Santa Memoria en estos días cuando la situación que se da “en más de una iglesia llamada evangélica” invita a mirar para aquellos antiguos de los días de Isaías, cuando se escribieron las duras palabras que leemos, no contra el adorador de Baal, sino contra muchos religiosos del Pueblo que iban al Templo con sus ofrendas:

“El que sacrifica buey es como si matase a un hombre; el que sacrifica oveja como si degollase un perro; el que hace ofrenda, como si ofreciese sangre de cerdo; el que quema incienso, como si bendijese un ídolo”, Is. 66:3.

¿Tendrá el Señor que decir lo mismo –o algo parecido- de muchos llamados cristianos evangélicos que “le alabamos” en el tiempo de partir el pan? “¿Nos sentamos a la Mesa del Señor o a la mesa de los demonios?”.

 

En estas páginas trataremos acerca de estos asuntos, tan solemnes.