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¿A qué nos referimos cuando hablamos de predicar a Cristo?


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La respuesta se ofrece abundantemente en el Nuevo Testamento. Vayamos a Hechos de los Apóstoles, al capítulo 13, donde se nos relata la predicación de Pablo; o al capítulo 2, o al sermón de Pedro en Jerusalén en el día de Pentecostés. O, si no, tomemos el sermón de Pedro a Cornelio en Hechos 10; ¿qué predicaron los apóstoles en todos estos relatos? Bien –y esta es la esencia misma de la predicación apostólica-, primero informaron de los hechos y luego explicaron el significado de esos hechos. En otras palabras, hicieron algo así: Fueron predicando a “Jesús y a la resurrección”, proclamando a Cristo a las personas Dijeron: no somos predicadores “de nuevos dioses” (cf. Hechos 17:18), no somos como los filósofos griegos. Estamos aquí para decir algo que ha sucedido. Y entonces comenzaron a relatar la historia de Jesús de Nazaret. Contaron lo que nos narran los cuatro Evangelios, que por aquella época aún no estaban escritos; contaron el hecho del nacimiento de aquel niño en Belén y las cosas extraordinarias que habían ocurrido en su nacimiento. Hablaron de ciertos hombres sabios y pastores que fueron a ver al niño; hablaron de las cosas que le habían sucedido a María y luego describieron cómo había pasado todos aquellos años siendo carpintero en Galilea. Dijeron cómo a los treinta años dio comienzo a su ministerio público y hablaron de lo que sucedió cuando Juan lo bautizó en el Jordán. Pasaron a describir su predicación de su extraño mensaje durante aquellos tres breves años, y hablaron de los milagros que había obrado.

Ahora bien, los Evangelios mismos que tenemos fueron escritos por aquellos hombres, los hombres que habían oído esas historias; y por eso me parece tan extraordinario cuando la gente dice: “Ahora bien, no creas en la teología de la Iglesia, sino retrocede y lee los Evangelios y las palabras de Jesús. Escucha lo que dicen”. No sabemos nada de Jesús aparte de lo que tenemos en los Evangelios,; dependemos por completo de los testimonios de los Apóstoles y de los primeros cristianos, y son esas mismísimas personas las que nos dicen que el que habló esas palabras que se nos exhorta a leer también obró milagros. Si no creemos, pues, el relato de los milagros, ¿por qué habríamos de creer las historias y las palabras que se le atribuyen? ¿Son los Evangelios producto de la Iglesia cristiana misma? Bajo la inspiración del Espíritu Santo, aquellos hombres relataron los milagros de Cristo y las cosas asombrosas que hizo.

Y luego pasaron a contar la historia de su muerte, de la crucifixión, y de cómo les pareció que había una contradicción absoluta en el hecho de que Aquel que podía resucitar a los muertos pudiera ser crucificado y morir completamente impotente. Contaron cómo bajaron su cuerpo y lo depositaron en un sepulcro y cómo pensaron que aquello era el final de todo. Luego, de pronto, descubrieron que estaba vivo, y refirieron cómo le habían visto y cómo había entrado en una habitación cerrada. Y todo esto lo comunicaron a los creyentes. Por supuesto, Pablo no podía decir que hubiera visto estas cosas, pero podía decir que había visto a Jesús en el camino a Damasco y cómo el mensaje que se le había entregado correspondía por completo al mensaje de los demás Apóstoles, Esto –dijeron todos- era algo que había sucedido: “Somos testigos suyos de estas cosas” (Hechos 5:32).

Y luego llegó la explicación, y esto es lo que enseñaron. En primer lugar: “Este Jesús a quien os predicamos no es otro que el Hijo de Dios. Sus obras, sus milagros, lo demuestran y su muerte y resurrección lo prueban definitivamente, quedando fuera de toda duda”. Pero más importante aún es, en un sentido, la forma en que confirma plenamente la profecía. De forma que citaron los Salmos y a los Profetas, razonaron y demostraron que “Él es el Cristo, el Hijo de Dios” . Luego pasaron a mostrar que Él es el Salvador. En un sentido –dijeron- el problema es este: Si es el Hijo de Dios, ¿entonces por qué murió esa extraña muerte en la Cruz en aparente debilidad? Esto les llevó al corazón mismo del Evangelio. Enseñaron que vino a fin de morir así porque la Ley debe ser satisfecha antes de que Dios pueda perdonar. El hombre ha quebrantado la Ley y está bajo la condenación de esa Ley de Dios, y el hombre con todos sus esfuerzos no puede borrar nunca su pasado ni deshacer su culpa. Cristo, pues, el Hijo de Dios, vino a fin de llevar los pecados, y fue a la Cruz y el mismo llevó los pecados del hombre; Dios castigó el pecado en Aquel “que no conoció pecado” (2 Corintios 5:21).

Entonces, pues, los Apóstoles se dirigieron a las personas y dijeron: Esas son las buenas noticias que tenemos para vosotros. Si creéis en este Cristo, si decís que le Hijo de Dios ha muerto por vuestros pecados, Dios os perdona; vuestra culpa, por grande que sea, queda borrada; vuestros pecados son eliminados; sois aceptos ante Dios y os convertís en hijos suyos. Esas son las buenas noticias. Predicamos a Cristo como el Salvador de vuestras almas.

Y luego pasaron a predicarles cómo el Señor, como quien, habiendo hecho todo esto, había regresado al Cielo, donde está sentado a la diestra de Dios esperando a que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. Predicaron que se acercaba el día de su regreso no como un siervo humilde en esta ocasión, sino como Rey de reyes y Señor de señores que juzgaría al mundo en justicia. Habrá unos cielos nuevos y una tierra nueva –dijeron-, y aquellos que crean en Él reinarán con Él. Leamos cualquier epístola y lo encontraremos todo allí, como por ejemplo en 1 Tesalonicenses 1: Cristo como el Hijo de Dios, Cristo como Salvador y Señor y, finalmente, como Juez. ¡Eso es lo que significa predicar a Cristo! Le anunciamos y entonces decimos que los Evangelios son verdad, que nació de una Virgen, que sí obró milagros, que fue crucificado, y que sí resucitó corpóreamente del sepulcro. Le predicamos en toda su plenitud como Salvador y como Señor, contendemos por esa fe, argumentamos, debatimos, razonamos, respondemos a las objeciones, decimos que Él es la plenitud y que todas las partes encajan.


UNA VIDA DE GOZO Y PAZ. Capítulo 5: La defensa y confirmación del Evangelio. Páginas 67-70. Martyn Lloyd-Jones

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Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.                                                       Juan 1:12

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