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Discípulo en las sombras

“Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos”, Jn. 19:38.


Después de todo esto


Juan informa que José “era discípulo de Jesús”. Ser discípulo del Maestro era asunto serio, y más si el discípulo había sido un “religioso y guía de otros religiosos”. Máxime si, además, era “un hombre rico”. […] Es admirable que Dios tuviese en aquel tiempo un discípulo que era miembro del Concilio. Era un hombre sano, como una manzana sana en medio de un cesto lleno de manzanas podridas, cuya actitud denota que no se conformaba con legislar de manera farisaica si el huevo puesto por la gallina en día de sábado podía comerse o no comerse, o si tenía especial virtud por haber sido puesto en el día especial que Dios mandaba se

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observase el descanso semanal.

A día de hoy no se sabe si pertenecía al otro bando de los miembros del Concilio, al saduceo. Bando que, aunque en otra línea, también tenía su orgullo religioso, y bando en el que se afirmaba “que no había resurrección”, Mr. 12:18, y se hacían otras podas a la Palabra.

Ignorando si José estaría o no estaría conforme con semejante aserto, […] José era discípulo de Cristo, y Cristo lo instruía sana y sabiamente. Así avanzaba comprendiendo mejor los caminos del Señor, mientras daba las primeras brazadas en el infinito mar del conocimiento divino, y comenzaba a respirar la brisa que del mismo cielo venía para él.

Cuán diferente se estaba haciendo José de sus colegas conciliares; pues, mientras Cristo lo instruía una brecha se estaba abriendo entre él y sus correligionarios, con los que más tarde rompería relaciones para siempre.

También, cuán diferentes se abren los caminos que podemos tomar los seres humanos; y si Dios permitió a nuestro José seguir viviendo en este mundo después de la muerte del Señor, como es de toda lógica seguiría sana y santamente los caminos del “glorioso Evangelio del Dios bendito”.


Discípulo secretamente por miedo de los judíos


Cuando yo era recién convertido a Cristo, fui invitado a acompañar a otros creyentes para llevar el mensaje del Evangelio a una pequeña localidad cercana. Como esperaba que a mi primera negativa insistirían en que les acompañase, yo tenía preparada mi evasiva por miedo a tener que dar la cara desde mi reciente “posición como convertido a Dios”, de modo que les manifesté que yo me quedaba orando para apoyar el testimonio de ellos.

Pero insistieron y reinsistieron que debía acompañarles, y accedí. De modo que, aún con cierto temor a dar la cara puesto en público como cualquier otro creyente en el Señor, aún flotando en aquel temor fui con ellos. Tenía que vencer el miedo que tenía, porque comprendía que debía manifestarme en público posicionado en Cristo Jesús.

Algún día Dios mismo mostrará a la Humanidad los temores que tuvieron que vencer tantos y tantos de los suyos como posicionados en Él y como mensajeros de su Gracia y su perdón en Cristo Jesús. Ahora bien, la pregunta es: ¿José era un cobarde por haber sido un discípulo en secreto por temor de los judíos?

Conviene ubicarse personalmente en el lugar de José, y mirar su discipulado en secreto más despacio y sobre el terreno de la realidad, porque no puede pedirse la misma responsabilidad al principiante en sus estudios que al que los finalizó en la universidad y lleva varios años ejerciendo su profesión; ni al que desenvuelve su vida en un ambiente libre de peligros como al que entiende que debe moverse sigiloso entre ellos.

Sabemos que en aquellos días era peligroso declararse por Cristo, y hubo muchas personas que no se atrevieron a hacerlo, (Jn. 7:13; 9:22), porque el Sanedrín persiguió a Cristo antes, durante y después de su muerte.

Saulo de Tarso, el inquisidor fariseo en los albores del Cristianismo, es un buen ejemplo como comisionado del Sanedrín para perseguir a muerte a los seguidores del Redentor resucitado, quien después de su conversión a Cristo por su encuentro con el Señor en el camino a Damasco, este mismo Saulo viene a ser el perseguido.


Ser discípulo en secreto no signa cobardía


José no era ningún cobarde, sino que el hecho de ser discípulo de Cristo en la concreta situación social y religiosa de los judíos en aquellos años era una acción que demandaba mucha valentía por causa del serio riesgo que amenazaba a quienes querían ser sus discípulos; y máxime con la poca luz que ellos tenían con respecto de la verdadera identidad del que era considerado por unos como “el hijo del artesano”, y por otros como un “excelente y poderoso Profeta del Señor”.

¿Cuántas personas desearían entonces ser discípulos del Señor Jesús, y no se atrevían a serlo ni en secreto?, (Jn. 7:12-13; 9:22) ¿Habría esposas, cuyos maridos se lo prohibirían? ¿Habría varones frenados por la acción de sus esposas, temerosas ellas de las severas amenazas de los religiosos contra ellos y sus familias? ¿Cuántos padres, hijos y abuelos, unos de un modo y otros de otro irían claudicando, porque la acción satánica y diabólica es incesante y se expresa de mil modos y maneras diferentes?

No, no es cobarde José de Arimatea por haber tenido miedo de ser descubierto, y entonces tener que sufrir persecución de los judíos, sino que su actitud fue de riesgo y de auténtica valentía al actuar aún por encima de su propio miedo, y conseguir ser discípulo del Señor.

En realidad, no es valiente el que no tiene temores, ni es cobarde el que lo tiene, sino que se hace cobarde el que claudica ante el miedo de hacer algo que valía la pena hacer. Y viene a ser valiente el que vence el temor al hacer la obra, a veces haciéndola temblando de miedo. He ahí la valentía que supera el desasosiego al hacer la labor. […] En realidad habría sido una temeridad impropia de personas cuerdas si José hubiese retado innecesariamente a los poderes fácticos de la religión oficial, comprometiéndose él y comprometiendo -o a lo menos evidenciando también- a su Maestro con esa insensatez carente de prevención. […] Así obran hoy en día misioneros del Evangelio de Cristo en tierras peligrosas del Islam, porque los expulsarían del país si los descubriesen, y no podrían hacer su labor allí, donde también los servidores del maligno persiguen en esas tierras y encarcelan a algún nativo si saben que se ha convertido; e incluso cortan de cuando en cuando la cabeza de algún hijo del Señor de Gloria.

Ser discípulo en secreto cuando no hay serios peligros podrá aparentar cobardía, pero en el caso de José su actitud de mantener su discipulado en secreto fue de prudencia, cordura y valentía.


José fue un hombre muy valiente


Aunque no sabemos si José tenía esposa e hijos, a quienes también de algún modo habría comprometido, sí sabemos que José era “un hombre rico”, Mateo 27:57, y por tanto tenía mucho que perder, porque las riquezas ofrecen cierta adversidad para venir a Cristo, y para seguirle y servirle, como vemos que así ocurría al joven rico que aparece en Mr. 10, y Cristo así asevera en ese capítulo, versos 23-27.

Es, pues, razonable estimar que José de Arimatea sopesase su actitud como discípulo del Señor, así como las consecuencias que podían derivar y caer sobre él por mantener su discipulado bajo la enseñanza del Señor y en sometimiento práctico de las mismas. Pero vemos que ni el mucho peso del vil metal dorado venció en la balanza de la razón del hombre rico de Arimatea.

José también era un miembro del Sanedrín, y no un judío cualquiera “de la baja esfera” en Israel, que no tenía tanto que perder si las cosas venían mal. Pero aquellos dos potentes frenos, “su riqueza y su alta posición social y religiosa”, (a diferencia de Pilato, Caifás, y millones de otras personas que han mirado primero su cómoda y elevada posición, y han dejado a Cristo bajo sus pies, o bajo desdén e indiferencia), no eran obstáculo suficiente para detener a José, pues aún por encima del resultado de toda la adversidad posible que pudiera acontecerle él era discípulo de Jesús, porque deseaba conocer más a Aquel, y más de Aquel que, como se demostró posteriormente, había cautivado su corazón por entero.

José asumiría más de una vez aquella resolución definitiva de la antigua reina Ester, la cual, y seguramente con mucho temor a lo que podría derivar por presentarse delante del rey sin haber sido llamada, y estando trémula y con su corazón mirando al cielo, dijo: “Y si perezco, que perezca”, Est. 4:16.

A veces en la vida hay que tomar decisiones de riesgo, si es que realmente queremos alcanzar aquellos higos tan altos, como bien sabe el que ha trepado las ramas de la vieja higuera y ha dependido de aquellas ramas tan tiernas allí arriba, desde cuyas alturas uno mira al suelo y se dice a sí mismo: “Ojo, porque hay peligro”. Sólo que aquí no hablamos de unos higos que se antojan, sino de asuntos que trascienden a la vida eterna.

Es la misma cautela con la que actuaban en otros tiempos los mensajeros del Señor, como Julianillo, el Herreruelo, y otros, en los días de la llamada “Reforma Protestante en España”.

No eran cobardes, sino arriesgados, y muy osados; y cuando Dios permitió que la “Santa Inquisición papal” descubriera lo que se hacía en secreto, y diese con aquellas joyas de Cristo, fue entonces cuando se manifestó la valentía que tenían y, lejos de retractarse de su fe bíblica, dieron digna, valerosa y santamente sus cuerpos de carne a la tortura extrema y a la hoguera que incendiaban aquellos “ciegos guías de otros ciegos”, Mt. 15:14.


JOSÉ DE ARIMATEA. Capítulo II: Discípulo en las sombras. Páginas 8-13.

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Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.                                                       Juan 1:12

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