Al Amor de Dios, una Respuesta de Amor
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“Dios es amor”, 1 Jn. 4:8 y 16, y el ser humano que está bajo su amor por pura gracia divina sólo puede darle una respuesta de amor, porque es lo único que Dios quiere de él.
Como dice el Señor: “Si alguno me ama, mi palabra guardará”, Jn. 14:23, así que la es cuestión es estar enamorado de Cristo, y entonces guardar Su Palabra es un deseo, y un deseo de amor agradecido, porque la vida cristiana no finaliza cuando el sujeto se convierte a Dios, sino que es entonces cuando empieza, y debe desarrollarse en una vida de amor que por amor acata la obediencia al pastoreo de Cristo.
Los convertidos deseamos glorificar a “Aquel que nos amó y nos lavó con su sangre (precisamente) de nuestros pecados” Ap. 1:5, y con un Apóstol decimos: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero”, (1 Juan 4:19) Es la fuerza del amor, y contra el amor no hay poder, porque “fuerte como la muerte es el amor”, Ec. 8:6.
Pero nuestra conducta, “siempre tan imperfecta para aquellos que ven en nosotros una pajita y no ven el árbol entero incrustado en ellos” (Mateo 7:3-5) -pues todavía no son salvos- aunque no sea del todo laudable, aunque esa nuestra conducta no sea todo lo elogiosa que, tanto ellos como nosotros pudiéramos desear, a lo menos sí queremos mejorarla y poder “agradar más y más a nuestro Dios” (Col. 1:10; He. 12:28).
Los que decidimos darle espaldarazo al pecado, tenemos nuestro gozo en la Persona bendita del Señor Jesús; tan bendita, tan gloriosa, y no le cambiamos por “las lentejas de Esaú”, y cuánto menos por pecado, que sólo trae tristeza al corazón, y privación de armonía con Dios.
El que vive la conversión a Cristo, “a Cristo ama más que a nadie”, ver Mt. 10:37-38, y no desea relegar, posponer, ni traicionar a su Señor; de modo que “no va a pecar a sus anchas”. Antes bien, oigamos a Pablo: “¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley (ley de Dios que antes nos condenaba) sino bajo la gracia? (gracia que nos ha traído la libertad a los redimidos; libertad de la ley que nos condenaba por no cumplirla) En ninguna manera”, Ro. 6:15-23.
El convertido no olvida fácilmente que estuvo cautivo en el pozo del pecado; y no olvida que fue libertado por Cristo, el Cordero de Dios que a caro precio le rescató de la muerte y condenación eterna.
El convertido al Señor Jesucristo bien sabe que su amado Pastor dio su sangre y su vida en el madero por amor a él, y que también por amor a él desea conducirlo por veredas de justicia y santidad, a fin de colmarlo de gozo y de toda bendición que del cielo desciende para todos aquellos que “aman al Hijo de Dios”, (Jn. 16:27).
En verdad que no resulta nada lógico estimar que el convertido se ha de privar libre y voluntariamente del gozo que reporta la armonía con Cristo por mancharse nuevamente practicando los pecados que un día aborreció. ¿Está convertido al Señor Jesús o no lo está? Se interroga en una oda:
“¿Quién puede su vista posar en su leño,
Y luego insensible su ruta seguir?”
Quien haya mirado un poco de cerca al Crucificado, no podrá continuar insensible en su camino; y aunque Cristo no fuese el verdadero redentor, y se quedase tan sólo en un mero hombre bueno, que luchó y dio su vida por un mundo mejor, bien merecería el amor de esa Humanidad que Él habría querido mejorar.
Solamente aquellas personas en las cuales “Dios el Espíritu Santo derramó el amor divino cuando ellas se convirtieron a Dios”, (Ro. 5:5), son las que pueden dar al Divino Señor la respuesta de amor que Dios quiere y espera de sus redimidos”, (Jn. 15:4-12)
La Santa Escritura manifiesta “que Cristo es Dios sobre todas las cosas”, Ro. 9:5, y es incuestionable que Él es digno merecedor del tributo de amor agradecido, y de la vida de santidad y consagración a Él por parte de todos y cada uno de sus redimidos, de los amados de su alma.
Por lo tanto, negar al Señor de la gloria los derechos gloriosos que le corresponden, empañando así la celebridad de su Santo Nombre, tan sólo sería y demostraría una bochornosa carencia de sensibilidad espiritual que en nada glorificaría a Dios, sino todo lo contrario.
Cristo es la máxima expresión de la bondad divina, y Él no vino a salvar a aquellas personas que le presenten todo un arsenal de obras humanas, sino que vino para salvar a los pecadores, a los que reconociendo su más absoluta bancarrota espiritual se acercan a Él reconociendo y acatando su señorío y su poder salvador, como explica Pablo a Timoteo, 1:15: “Palabra fiel, y digna de ser recibida por todos: Que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”.
Cristo sólo sería un miserable y un avariento cicatero si estuviese esperando a los religiosos cargados de buenas obras para franquearles las puertas del cielo. Si así fuera, ¿dónde estaría su bondad si tuviéramos que ganar nuestra salvación? Como la salvación no podemos ganarla, solamente podemos recibirla por la gracia o la bondad de Dios. Oigamos Su Palabra:
“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”, Tito 3:5.
Estímese que “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, Ro. 5:20. Es decir: Que a Dios le sobra remanente de gracia para borrar todo el pecado de los hombres que se someten al Señorío de su Hijo. Dios tiene mucho remanente para perdonar, para otorgar perdón a quien confía en su Hijo. Lo comprendamos, lo aceptemos, amemos y honremos al Dador de Vida.
Debemos connotar también que “la obediencia a los mandamientos del Señor no son gravosos para el convertido”, (1 Juan 5:3), sino más bien son gozo en el Señor, como la Escritura dice: “El que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” 2 P. 2:19, en este caso esclavo de amor, porque Cristo no nos venció con fuego y espada, ni nos obliga a tributarle en dura esclavitud, sino que su amor nos rindió, y por amor le servimos sus redimidos.
“Nos convertimos de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero...”, 1 Ts. 1:9, para ejecutar su voluntad soberana sobre nuestras vidas, “en un servicio de amor y gratitud”, (He. 12:28), como “siervos por amor”, (Col. 3:24), que “guardan Su Palabra y que no niegan su Nombre”, (Ap. 3:18)
Dios sólo quiere una relación de amor con sus hijos en Cristo. Y las obras cristianas llevan en sí la sola etiqueta de amor y gratitud al fiel Salvador Jesucristo. Estas obras se harán por convertidos a Él, y también se realizarán exclusivamente “para la gloria de Dios” 1 Co. 10:31, y “no para la gloria del que las ejecuta”, (Pr. 25:27).
SEIS GRANDES TEMAS SOBRE la salvación-condenación de los pecadores. Capítulo III: La seguridad de la salvación eterna; Conducta del cristiano; Al amor de Dios, una respuesta de amor. Páginas 78-80.